13 de octubre al 11 de noviembre de 2014
I
La enseñanza del Arte al interior de la Universidad se ha transformado, a lo largo de la historia, en un contrasentido. Una paradoja generada desde la naturaleza propia del quehacer artístico, cuyo campo de acción cuestiona, desborda y subvierte cualquier marco regulador. La discusión sobre el Arte, generada desde lo universitario, implica varias consideraciones, más aún, pensando en cómo opera la relación aprendizaje-enseñanza en el contexto local.
La profesionalización de las carreras de Arte, y la definición sobre cómo el perfil de egreso es adecuado en el reconocimiento del campo laboral,(A pesar de que los perfiles buscan adecuarse a la realidad laboral, las cifras de empleabilidad dan cuenta de una disonancia con nuestro contexto local. Según los datos de www.mifuturo.cl (sitio del Ministerio de Educación con información estadística de educación superior), la empleabilidad en la carrera de arte es de 48.3% en los primeros años de egreso, siendo la cuarta carrera en el ranking de peor empleabilidad en Chile.),instalan al interior de cada escuela un sistema operativo que articula su práctica en función de enseñar Arte desde parámetros cuantificables y medibles.
En los últimos años, es posible percibir que en Chile las carreras de Arte han dado un giro curricular que enfatiza la obtención de competencias, cuya máxima expresión es la acreditación universitaria. La formación de un artista ha dejado de ser -al menos en la estructura del espacio universitario- una zona de cuestionamiento; niega la disidencia, la discrepancia, y la convivencia con el fracaso como parte del proceso creativo. Parece haber abandonado su contienda para expandir el pensamiento a través de lo visual (Maharat, en Navarro, 2014, p.236).
Quiéralo o no, las obras universitarias (obras escuela) están cubiertas por una estela de tics y repeticiones cuya lógica responde a fórmulas impartidas durante años por parte de los profesores/artistas, quienes -con mayor o menor éxito- entregan aquellos conocimientos pactados previamente en las mallas curriculares, y en los planes y programas.
La formación artística universitaria en Chile constituye una suerte de canon, fuera del cual muy pocos creadores logran ser validados en nuestra limitada escena. La gran mayoría de los artistas tiene un diploma o título universitario, lo que no tiene correspondencia, por ejemplo, con otros países cercanos, donde muchos de los artistas son autodidactas o provienen de otros campos disciplinares. Esto es algo que caracteriza la escena chilena, y que llama la atención a quienes quieren comprender nuestro contexto.
El gusto chileno por el discurso erudito más que por la crítica directa debe relacionarse también con el peso de la enseñanza del arte en el país, que nuevamente contrasta con la pobreza en este campo prevaleciente en buena parte de America Latina: la gran mayoría de los artistas poseen un diploma universitario en su especialidad. Las distintas universidades tiene sus propias tradiciones y tendencias y los artistas son clasificados según la universidad de donde provienen, no solo por el rigor del centro docente sino por la posición artístico- ideológica de aquel. (Mosquera, 2006, p.17)
II
“Un lugar en donde se pueden pensar cosas que no son pensables en otros lugares” (Camnitzer, 2012).
El modus operandi del Arte es distinto del rigor sistémico de las ciencias. La metodología de trabajo en el Arte no opera por predefinición, sino que se construye en el mismo momento del hacer; vale decir, es singular y se define en la medida en que se constituye.
Dentro de esta reflexión pero a nivel más específico, se juega otro asunto clave: el del artista/docente y su modo particular de entender y conformar la dinámica de trabajo2 al interior de un taller en la Escuela de Arte.
El taller es el espacio inherente y constitutivo del Arte. No es solo un espacio físico, sino que implica un espacio mental, un espacio/tiempo dialéctico y reflexivo. El taller es un lugar, que a su vez contiene muchos lugares, donde uno comparte la experiencia sensorial y discursiva para desarrollar estrategias de confrontación con la realidad.
Al interior de un taller, cada encargo o autoencargo se transforma en un trazado sobre la realidad. Implica definir fronteras, construir límites, acordar definiciones y establecer campos de fuerzas. Sobre ese perímetro significante, se piensan modelos posibles que friccionan y subvierten la materia que conforma esa realidad.
El choque de fuerzas implícitas que se da al interior del taller, desjerarquiza la relación estudiante/profesor, enfrentándose ambos en igualdad de condiciones a la conquista del terreno, a veces inaccesible, del Arte como experiencia constructiva de sentido. Sarat Maharaj describe ese momento como “la escena del aprendizaje [que] se convierte en un laboratorio sin protocolo” (2014, p.246).
2 Es lo que se entiende como libertad de cátedra, es decir, la libertad de plantear temas y discusiones más allá de las convenciones y doctrinas institucionales.
Enseñar a tener ideas ciertamente requiere bastante más que transmitir información. El profesor tiene que reubicarse y abandonar el monopolio del conocimiento para actuar como estímulo y catalizador, y tiene que poder escuchar y adaptarse a lo que escucha. Además, la generación de ideas y revelaciones es impredecible y por lo tanto corre el peligro constante de ser una actividad subversiva. Lo impredecible no siempre se acomoda al estatus quo. Dado que últimamente los gobiernos decretaron que subversión y terrorismo son sinónimos, ya nadie quiere generar subversión. Sin embargo, la subversión es la base de la expansión del conocimiento. Al expandir, lo subvierte. (Camnitzer, 2004)
III
A fines del 2013, la Galería MACCHINA tuvo la idea de realizar una exposición de estudiantes de las distintas Escuelas de Arte del país. Este proyecto se planteó como una instancia para favorecer el diálogo y comunicación entre los estudiantes, ocupando como puntapié inicial el trabajo desarrollado por ellos al interior de cada escuela. Luego de recibir el envío de portafolios de obras de seis universidades, fueron seleccionados dieciocho artistas en formación, cuyo trabajo se expuso en MACCHINA.
La exposición “Obra Escuela” se presentó como una extensión de la práctica de taller a un campo común de visibilidad, de manera tal que las obras, en su conjunto, se desmarcaron de su contexto original y de su encargo académico, y entraron en una zona más amplia de apreciación. La exposición reeditó piezas producidas en distintas universidades, en distintos talleres disciplinares, y con distintos profesores, cuyo trabajo y trayectoria se ubican en diversos puntos cardinales de la Escena del Arte.
Las obras de los estudiantes estaban realizadas en diversas materialidades y ocupaban de referente temático diversas áreas disciplinares. Los trabajos en general abordaban relaciones antropológicas y sociales, cuestionaban las convenciones sobre la habitabilidad y memoria de la ciudad, y reinterpretaban el mundo cotidiano, la contingencia política, y la propia biografía.
El recorrido de la muestra, operó a modo de plano-secuencia continuo, donde un trabajo te lleva al otro. Las obras no estaban dispuestas en orden o en línea a lo largo de la galería; su lógica espacial y su ubicación fueron pensadas de manera tal que el espectador estableciera asociaciones libres entre los procesos formales y los temas abordados por cada estudiante.
Camilo Yáñez, Octubre 2014